Autora: Namida
Género: Angst
Pareja: ID ♥
Nota: Hola! después de años que no publico nada n.n'. Espero que me sigan leyendo. Acá les traigo un fic que en realidad era un cuento para un concurso en mi escuela. Obvio que era de chico y chica, pero mis amigas les gustó el trama y me convencieron de pasarlo a yaoi ewe y que mejor que un ID!!! -la más sufrida xD-. Este es el resultado, espero que les guste y comenten~.
Pd: Si leen algo que no concuerda es porque esa partesita no la vi y no la modifiqué XD. También no sé si decir oneshot, pero es un poco más largo que un drabble~.
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El viento soplaba, él lo sabía porque escuchaba el sonido que provocaba al chocar contra la ventana
de su habitación. Echado en su cama viendo las vigas del techo, contando una
por una mientras escuchaba las discusiones en la sala. Se lamentaba que su casa
no sea de 2 pisos sino se evitaría tales molestias a sus oídos. Solo podía
escuchar la voz de su madre alterada, lloriqueando como una pequeña por su muñeca extraviada.
Cuando hubo una pausa, se levantó de donde estaba acostado dirigiéndose a su escritorio.
Se visualizaba varias fotos sueltas de dos muchachos alegres y sonrientes, solo
una en especial donde se encontraban vestidos de gala estaba en un portarretratos.
Eran los mejores amigos, exactamente… novios.
“Si estuvieras acá,
sabrías como calmar a mi mamá, eras muy bueno en eso. Deseo tus consejos en
este momento, pero no me preocupo, sé que estás mejor allá que en este mundo
lleno de infelicidad y gente traidora. Te amo, Daiki”.
Kei agarraba la fotografía mientras una lágrima amenaza
con salir y detrás de ellas un ejército de gotas saladas como la lluvia. Justo
en ese instante la bulla vuelve, pero ahora se escuchó que un jarrón había
caído al suelo provocando un estruendoso ruido. Sin más deja el retrato sobre
el escritorio y sus pasos van en dirección hacia la puerta, su mano se posa en
la manija y sale de su habitación; su madre voltea sorprendida de su aparición,
corre hacia él, lo abraza susurrando a
su oído miles de disculpas.
-Madre, cálmese.
-¿Cómo pude pensar que ella era la mejor mujer para el
pequeño Daiki? Estaba tan ciega y ahora él no está acá.
Llorando a mares su madre por ese ser que ni siquiera era
hijo propio, pero lo crio así ya que su madre biológica lo dejó en una
canastilla frente a su puerta con solo una nota diciendo “Soy Daiki, cuídame”.
Se le despedazaba su corazón verla en ese estado, pero según él, sí tenía la
culpa. Ella le impuso ese casamiento arreglado y él no podía dejar que su “mejor
amigo” sea infeliz; hizo cuanto pudo para deshacer esa boda.
Los investigadores del caso estaban sentados esperando
más declaraciones y al parecer también tenía que hablar para que ya no
atormentasen a su madre. En el pueblo donde vivían solo unos cincuenta
habitantes y que todos se conocen durante muchos años, aunque quisiesen hacer justicia,
jamás se llega aclarar algún caso. Tantos robos, violaciones y entre otros ya
no sorprenden a los vecinos porque es la gente que vienen de las ciudades así
que nadie tenía la culpa; sin embargo, jamás había ocurrido algún asesinato y
ahora todos van por la calles asustados, medrosos. Se rumoreaba que el asesino
era la prometida de Daiki y sus motivos era que el le dijo que no lo amaba. La chica se
encontraba en la comisaría.
-Es todo lo que sé.
-Gracias por cooperar. Descuide señora, aclararemos este
crimen y averiguaremos al culpable.
Sin más que decir, se retiró de la casa dejando a su
madre en ese lago de dolor y soledad para poder caminar por las calles donde en
un momento de su vida paseaba con su pequeño cataño jugando. Una nostalgia increíble invadió su
interior, con una sensación en el estómago horrible y sin tener mucha
resistencia gota a gota cae sobre el suelo.
“Ya te ver… pronto”.
En la plaza se podía observar niños jugando, parejas de
ancianos pasando una linda tarde; Kei los ve desde los lejos de una tienda con
un rosto que mostraba una sonrisa vacía
y ojos sombríos. Toda persona que pasaba por delante de él dejaba escuchar sus
murmuraciones sobre lo ocurrido con Daiki. Muchos le dedicaban una sonrisa de
compasión y era lo que él más odiaba.
Terminando una botella de vino, se dirige hacia la
iglesia trastabillando. Atraviesa el parque y como si todo se congelaba en un
segundo. Era como una ley no escrita: no moverse hasta que aquel individuo se
alejara en una distancia considerable de tu persona. ¿Por qué tuvo que vivir? ¿Por
qué fue él quien nació?, esas preguntas se paseaban por su mente mientras
caminaba a paso lento; sin embargo, él no se arrepentía de nada. Sabía que todo
lo que ha sucedido hasta el momento fue por algo justo y no temía mostrar su
orgullo de las decisiones ya hechas, aunque muchos si se lo tomasen de una mala
manera.
El alma volvió a muchos cuerpos cuando él traspasó el
gran portón de la iglesia. El cura estaba caminando por los pasillos de aquel
lugar cuando su calma fue interrumpida por los pasos de la persona que es
noticia todos los días. Se le veía un tanto alterado, con miedo en los ojos a
punto en romper en llanto cuando el cura va hacia él.
-¿Qué sucede, hijo mío?
-Necesito confesarme, Padre. Lo necesito ahora.
-Entonces vamos al confesionario.
-No, Padre. Acá.
Sin más remedio, se sentaron en uno de los asientos de la
iglesia. El Padre escuchó atentamente todo lo que le comentaba. Leonardo,
aparentemente, se iba desahogando. Le contaba qué había pasado para que su
madre insistiera a su hermano adoptivo en casarse con la presunta asesina y que
él siempre estuvo en desacuerdo con esa boda. También sentía que le
arrebatarían a su mejor amigo y alguien que no lo merecía iba a tener su
compañía por toda su vida. Luego contó lo que había vivido junto a Daiki en su
niñez, adolescencia y estos últimos días.
-Kei, sé que extrañas a Daiki, pero debes descansar de
todo esto.
-Padre, le confesaré una última cosa. Está bajo
juramento, ¿verdad?
-Lo sé, muchacho.
Y cuando esos labios se separaron, los ojos del Padre del
pueblo se abrieron como dos platos. Una vez sellada la boca solo mira a la
persona que está frente suyo, inmensamente sorprendida, y una sonrisa de lado se
forma en un instante. Termina su relato con una gran paciencia.
-Y no tuve otra opción de disparar entre sus dos ojos. No
soportaba verla en ese estado.
No podía creer lo que sus oídos habían escuchado. Acaso
¿el joven delante de él que vio crecer junto a ese pequeño abandonado pudo ser
capaz de cometer tal atrocidad? Obsesionado
por él lo llevó hacer aquel acto.
-Ahora, Padre, mi amado me espera.
Soltó el gatillo y un disparo alarmó a todos los vecinos.
Los policías vinieron de inmediato. La
madre fue la primera en acercarse y la primera en echarse
a llorar. El único que sabía todo era él,
era el Padre.
“Daiki, mi amor… Ya
estaré contigo acompañándote, ya no estarás solo como te sentías cuando tu piel
era cálida. Aunque nadie entendió que tú no eras feliz, ahora lo serás. Lo
seremos.”
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